viernes, 15 de abril de 2011

MUCHOS AÑOS DESPUÉS…I PARTE


Por Elios Edmundo Pérez Márquez/Agencia MANL

Conocí a Gabriel García Márquez, allá por 1978 cuando, en su calidad de periodista, visitó las oficinas del Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), ubicadas en el octavo piso de Bucareli 20. Venía acompañado de Bernardo García, editor en jefe de “El Manifiesto de Colombia”, quien había llegado a México para realizar una serie de entrevistas con algunos personajes relevantes de la vida política latinoamericana; algunos, nacionales y otros que, por diversas razones, vivían en nuestro país.

Radicado aquí desde hacía mucho tiempo, conocedor del entramado político mexicano y, según lo dijo en el transcurso de la entrevista, fue el propio García Márquez quien sugirió a Bernardo García que entrevistaran a Heberto, ingeniero, inventor, articulista del diario Excélsior, preso político por su participación en el movimiento estudiantil de 1968 y quien, junto con otros luchadores sociales, había impulsado la creación y era Presidente del PMT, un partido nacionalista, de auténtica oposición, “capaz de dirigir a los explotados en la histórica lucha contra sus explotadores”.

Además, por esos tiempos, Heberto había impulsado la defensa de nuestros recursos naturales, especialmente, el petróleo, y sostenía un fuerte debate con funcionarios del gobierno de ese entonces, basado en una teoría que, a la fecha, sigue vigente: “el petróleo crea riqueza donde se consume, no donde se produce”. Esos razonamientos, aunados a la brillante trayectoria del ingeniero, habían conmocionado a la opinión pública nacional y le habían traído un amplio reconocimiento internacional.

Era un entrevista secreta, pactada a las siete de la noche pero, como suele suceder en estas situaciones, alguien se fue de la lengua, la información se filtró y muchos nos enteramos; particularmente, Rodolfo Torres y yo quienes, al filo del mediodía, nos dimos a la tarea de visitar alguna librería del centro, para comprar un libro de Gabriel García Márquez, esperando obtener un autógrafo pero, por increíble que parezca, nos costó mucho trabajo encontrar uno.

Visitamos las viejas librerías de las avenidas Hidalgo, Juárez y San Juan de Letrán; las calles de López, Dolores y Villalongín, pero nada. No había un solo libro de GGM, ni nuevo ni viejo y, quién sabe por qué, pero la Librería de los Trabajadores, ubicada en la calle de Independencia, se encontraba cerrada y las Brigadas que, todos los días, nuestros compañeros instalaban alrededor de la Alameda Central, esta vez, no estaban. Y fue hasta una pequeña librería de Balderas, cuando ya veníamos de regreso, muy desilusionados, donde conseguimos dos ejemplares del “Relato de un Náufrago”; los compramos y regresamos a toda carrera, porque ya era muy tarde.

El caso es que, mucho antes de la siete de la noche, Rodolfo y yo estábamos apostados en el sexto piso de Bucareli 20, junto al elevador, a la espera de nuestro distinguido visitante, con nuestro libro bajo el brazo, para recibir el valioso autógrafo. Por supuesto, no éramos los únicos. Veladamente, algunos dirigentes del PMT y uno que otro militante, se asomaban de cuando en cuando, para ver si ya había llegado y, por lo menos, saludarlo y estrechar su mano.

Heberto Castillo Martínez, ingeniero de profesión, veracruzano de origen, revolucionario por convicción, casado, padre de cuatro hijos, llegó puntual a la cita y no le extrañó la presencia de tanta gente. Aunque lo hubiera querido ocultar, la visita de tan distinguido personaje inundaba el ambiente: olía como a guayabas.
Tampoco le extrañó verme con la cámara fotográfica colgada al cuello. Además de tener mi trabajo, yo era el fotógrafo oficial y responsable de distribuir la revista Insurgencia Popular, órgano de difusión del PMT, y ahí, en el octavo piso, teníamos montado un cuarto oscuro para revelar fotografías en blanco y negro.

Minutos después, con botas, pantalón y suéter negros, y una chamarra a cuadros negros y rojos, llegó Gabriel García Márquez, acompañado de Bernardo García, y saludaron de mano a todos los presentes, mientras yo activaba la cámara e intentaba captar el rostro sonrojado de Eduardo Valle, el Búho; la sonrisa de oreja a oreja de Rodolfo y las actitudes nerviosas de todos los demás. Me extrañaba no ver a Moscoso, a José Luis, a Flora y Saúl, a Lalo, al doctor Pineda, ni a Alfonso Rodríguez. Seguro que estarían encantados. No cabía ninguna duda: “de lo que se estaban perdiendo” y, después, lo iban a lamentar mucho.

Me acerqué a García Márquez y le entregué el ejemplar del “Relato de un Náufrago”, para que me concediera un autógrafo y, en su sonrisa franca y fresca, descubrí que, en efecto, ver que sus libros eran leídos por jóvenes como Rodolfo y yo, le producía una emoción que, sólo quien tiene el oficio de escritor, puede sentir.

Seguí tomando fotos y, cuando el ingeniero saludó a Bernardo García, Gabo se acerco a mí y me preguntó si era posible que yo permaneciera durante la entrevista, para tomar unas fotografías de Heberto. Por supuesto, dije que sí, pero lo consulté con el ingeniero, quien aceptó de buen grado que yo estuviera presente en la entrevista; mas no así con Rodolfo, a quien dirigió una severa mirada cuando intentó colarse, y no le quedó más remedio que desistir de su intento.

La entrevista transcurrió sin contratiempos, con un Heberto certero, fluido, ameno, enciclopédico; un Gabo, atento, cordial, afable, extremadamente sencillo, y un Bernardo, alegre, contentísimo, pendiente de la grabadora y de dónde tenía que tirar la ceniza de su cigarrillo, pues era el único que fumaba y no había un cenicero.

La fotografía, decía mi inolvidable maestro Jorge Ríos, es magia. Aunque, prácticamente, todo ya ha sido fotografiado, lo que hay que hacer es fotografiarlo desde otro ángulo, una y otra vez. Todo se puede hacer con la fotografía; escribir con la luz y con las sombras: el crepúsculo y el amanecer, el nacimiento de una flor, el vuelo de un ave, la sonrisa de una mujer, el primer paso de un niño, una lágrima de adiós, una mirada furtiva.

Gabriel García Márquez, colombiano, escritor, casado, padre de dos hijos, tenía exactamente la edad que representaba: 51 años cumplidos: uno más que Heberto Castillo y, sin embargo, se veía mucho más joven. Y es que la cárcel y la tortura, aunque fortalecen el espíritu, acaban con el físico de cualquiera. Y esas dos edades las captó una fiel Pentax, en las fotografías que se publicaron en El Manifiesto de Colombia, y en una que, medio rota y maltratada, sobrevivió y fue rescatada de entre los escombros de Bucareli 20, luego de los sismos de septiembre de 1985, y que el día de mañana se publicará en este mismo espacio.


eliosedmundo@hotmail.com

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